El Barcelona sucumbió ante el juego sólido y trabajado del Atlético; sólo las intervenciones de Váldes evitaron su derrota. El equipo madrileño perdió la Supercopa porque necesitaba marcar y no lo hizo, pero dejó el estadio rival con un sentimiento de victoria.
Mientras las rebosantes gradas del Camp Nou se vaciaban, una inquietante idea se multiplicaba en la mente del aficionado azulgrana: este Barcelona ya no juega como antes. Y aunque los cánticos de júbilo habían recorrido el estadio hacía poco, era evidente una realidad que nadie se atrevía a pronunciar, 180 minutos no habían bastado para derrotar al Atlético. Lo cierto es que la brecha entre ambos equipos se ha reducido. Culminada la transformación orquestada por Simeone, los rojiblancos juegan con el espíritu de las antiguas legiones romanas: como grupo todos trabajan unidos por el mismo objetivo y como individuos, cada uno actúa como un letal especialista bien entrenado.
Desde el principio se comprobó que no iba a ser la noche del Barcelona. El Atlético contrarrestó las perfectas combinaciones azulgranas con un magistral posicionamiento táctico. Ni un solo hueco hallaron los locales para colarse entre aquella tela de araña dispuesta para desactivarlos. Ante semejante estrategia tienen los culés una solución eficaz: Xavi Hernández. Ya se sabe que el capitán azulgrana es la referencia para sus compañeros, el portador de la batuta, el maestro que dirige con criterio y brillantez un equipo repleto de talento. Pero si el genio pasa inadvertido, como ayer, el fútbol se pierde en las sombras.
Los Atléticos, ante el juego sublime e hipnótico del Barça, mantuvieron siempre la concentración y evitaron los peligros con precisión y elegancia. Avisaron a los treinta minutos de juego gracias a Koke, que culminó una fugaz contra con un disparo raso y ajustado bien intervenido por Valdés. Sin embargo, rozaron la maestría casi acabada la primera parte. Tres genios, Diego Costa, Arda Turán y David Villa, se aliaron en la banda izquierda para volver loca a la zaga contraria. Dos toques fueron suficientes para superar a Mascherano, tumbar a Piqué y dejar a Turán frente al meta. Un suspiro contuvo el estadio ante lo inevitable…pero para salvar lo imposible nadie mejor que Valdés. El guardián azulgrana hizo alarde de reflejos, y bien colocado cerca de su palo derecho, mandó el violento disparo lejos de la portería. El estadio, de repente, volvió a la vida.
Comenzó el segundo tiempo y el lazo se apretó para el Barcelona. El Atlético asfixiaba, dominaba, jugaba con ritmo y sin errores: el gol se intuía cerca. Y entonces Villa, reciente ex-azulgrana, se citó con el destino. En el minuto 76, el asturiano golpeó el cuero desde la frontal con algo más que con la bota. El tiempo pareció detenerse mientras el balón surcaba el área. La grácil parábola dibujaba una conquista largamente añorada y sólo una cosa, sólo uno podía evitarla. Y lo hizo. Víctor Valdés, que ha forjado su carrera con la silenciosa voluntad de los campeones, alargó su cuerpo, voló hacia el palo izquierdo y despejó el peligro antes de caer al suelo. La jugada fue el cenit de un magnífico duelo repleto de tensión, nervio y talento; fue todo eso resumido en un golpeo divino y en la magnífica respuesta del portero. No sufrieron demasiado los aficionados después de aquello, la expulsión de Luís Filipe y la entrada de Pedro permitieron al Barcelona recuperar el control. Con el reloj de su lado, los culés mecieron la pelota como mejor saben hacerlo hasta que Fernández Borbalán finiquitó el encuentro.
En el País de las Maravillas los cánticos resonaron de nuevo: el Barcelona logro su decimosexto Supercopa de España. Mientras, en la Rivera del Manzanares, no se escuchaban lamentos. El equipo de Martino fue superado en juego y en actitud y los colchoneros hicieron todo lo necesario para llevarse el título. En realidad, habían vencido al Barcelona, que ganó gracias a Valdés. Ayer, el aficionado rojiblanco despidió la noche con la certeza de que tuvieron al Barça en sus manos, habían acariciado el sueño, y quién sabe lo que ocurrirá en el próximo enfrentamiento.
La Palabra Deportiva 